Sonreí al escuchar el segundo apellido de este señor que ostenta el título de naturópata. Ocurre que dentro de mi propia ignorancia siempre he relacionado la naturopatía con el uso de las sustancias que brinda la Naturaleza a través de sus árboles, arbustos o matorrales. Luego supe que Matamala es el nombre de un pueblo de la provincia de Segovia, dándose la circunstancia de que apenas a un kilómetro de distancia se encuentra Matabuena; ellos sabrán…
De cualquier forma, Sergio Nieto nació en Madrid (1954), al igual que toda su familia desde varias generaciones atrás. Hoy es un hombre que infunde paz, serenidad, infinita calma, pese a mantener la inteligencia vigilante siempre en busca de la reflexión cabal y la palabra oportuna. Hizo el Bachillerato en el Colegio del Pilar.
-Un momento, ¿significa eso que ha sido un «niño bien»?
-Digamos que he tenido suerte. Mi padre trabajó muy duro como representante de artículos de joyería y bisutería, pero en mi educación tuvo gran influencia un tío, Rafael Matamala, que era catedrático. Toda la familia de mi madre la componen personas muy cultas, aficionadas a la música, al arte en general, y, sobre todo, muy católicas.
-¿Y usted? Con los antecedente familiares y el Colegio del Pilar…
-Es cierto que la experiencia escolar imprime carácter, pero en dos sentidos; por un lado, uno de mis compañeros era nieto de Franco, con lo que esto supone de estilo de vida o posibilidades, al margen de connotaciones políticas; éramos niños. Y por el otro, recibimos una educación muy esmerada, un gran depósito cultural y una sólida formación religiosa. De esta última me ha quedado una conciencia humanista y solidaria; un sentido religioso de la vida y una idea de Dios universal y trascendente que lleva a adoptar una actitud de compasión por los demás. En el fondo, ese referente cristiano es muy similar al que contienen otras religiones.
-¿Cómo se lleva todo eso a la vida diaria?
-Siendo una persona normal, pero sin perder de vista los referentes; éstos abogan por un menor consumismo, por una sociedad más abierta, y una actitud tendida hacia los otros. Es necesario compartir, incluso empatizar con el sufrimiento ajeno. Reconozco que de mi formación me ha quedado fervor por los seres humanos y unos valores muy positivos que todos deberíamos rescatar. Se podría decir que me inclino hacia la izquierda dentro de un sentido cristiano de la vida.
-Pero a los 17 años, casi nadie piensa así…
-Es cierto, yo sufrí una enorme crisis. Me puse a estudiar Filosofía sintiéndome depositario de las ideas de Mayo del 68, como tantos otros de mi generación. Fueron esos conceptos de solidaridad, austeridad, sensibilidad hacia el arte y la naturaleza los que me acercaron a Oriente, a la medicina china, al taoísmo, el hinduismo… Eran años muy convulsos y no terminé la carrera, yo venía de ciencias, y lo de estudiar árabe, latín… El departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma tenía un enfoque tan marcadamente marxista que incluso acabaron cerrándola un año. Decidí dedicarme a la música, y estudiar solfeo y piano, hasta que llegó la mili…
-¿Fue una iluminación?
-Al contrario, salí de ella totalmente perdido. Lo dejé todo. Me sostenían la literatura, el arte… Hasta que me fui a Francia a trabajar en un centro de medicina macrobiótica, con la suerte de conocer a Michio Kushi, un médico japonés, eminente filósofo, que incluso ha sido premio Nobel Alternativo de la Paz. Su mensaje es más humanista que científico, y está fuera de cualquier idea política. Mi formación a su lado duró sólo un año, pero le he seguido a través de sus cursos en Barcelona, y de sus publicaciones.
-Al fin ya estaba encarrilado.
-Tenía 22 años, y a partir de ahí vi claro el camino de la naturopatía. Entonces España no contaba con ningún estudio oficial; ahora, sí, hay algunas escuelas, como la del Centro Universitario María Cristina, de El Escorial. Yo tuve que aprender a base de referentes mundiales, como William Tara, o Shizuku Yamamoto, una de las mejores masajistas del mundo en la especialidad shiatsu.
-¿Qué es el shiatsu?
-Un tipo de masaje de concepción oriental que trata de devolver a la normalidad la supuesta alteración energética consecuente de una enfermedad. Yo seguí formándome y, al regresar de Francia, instalé un restaurante macrobiótico en Madrid, pero lo hice más como ideal que como negocio; en toda España sólo había uno en Barcelona que aún subsiste, de manera que el nuestro fue el segundo.
-Ha dicho el nuestro, ¿acaso tenía un socio?
-No, me refiero a la chica que entonces compartía mi vida. El restaurante fue todo un éxito, se llamaba Sésamo y Sal, pero tuvimos que cambiarle el nombre por La Comarca, ya que existía un pub denominado Las Cuevas de Sésamo. La Comarca era una alusión a la obra de Tolkien y sus hobbits, ya que intentábamos ofrecer una situación de alegría y comodidad. Aprovechábamos las tardes para ofrecer cursos, conferencias, educación encaminada al cuidado propio… A los nueve años lo traspasamos, hoy persiste y se llama Ceres, aunque se han montado varios más en Madrid.
-¿Qué líneas maestras señala una alimentación macrobiótica?
-El objetivo es seguir una dieta que garantice un buen estado de salud. Hipócrates decía: «Que tu medicina sea tu alimento», y a partir de esta máxima el eje de una dieta equilibrada son los cereales integrales. De este modo ha comido la Humanidad occidental hasta el siglo XX; en Oriente, África y Sudamérica continúan haciéndolo así, cuando pueden, claro… ése es el problema. En el fondo es la dieta mediterránea, contando con los ingredientes más naturales posibles. El descascarillado de los cereales es un invento moderno.
Fuente: La Nueva España
-Se acabó el restaurante, ¿y…?
-Continué mi formación. Hice acupuntura con Van Ghi, toda una eminencia. Me siento muy orgulloso de haber trabajado con este señor, ya fallecido, por su importancia profesional. Y estudié homeopatía y osteopatía; pueden parecer muchas cosas, pero en realidad eran cursos de tres años.
-¿Todos sin un refrendo público?
-Sí, es curioso; por una parte somos legales ante Hacienda, ya que nuestra licencia oficial tiene un epígrafe específico, pero carecemos de reconocimiento académico. Hace unos años hubo conversaciones con el Ministerio de Sanidad del PSOE, pero al final los acuerdos no se cumplieron. Incluso el PP dio algún paso de acercamiento. En Cataluña han reconocido este tipo de terapias, pero en las últimas semanas del mandato de Elena Salgado, un juez impugnó cuatro artículos del documento y se detuvo el proceso. Así que ha quedado pendiente.
-¿Son los médicos sus principales opositores?
-Sí, sienten recelo, y es lógico. Pero si las cosas se ven en su realidad, no somos una competencia. El médico estudia la enfermedad, diagnostica sus causas y aplica la terapia oportuna. Nosotros lo que buscamos es mejorar la capacidad de reacción y la adaptación del organismo del paciente a esa terapia. De cualquier modo el punto clave de nuestro trabajo es más preventivo que terapéutico. No tratamos la enfermedad, sino el equilibrio, la armonía del enfermo, dándole mayor fuerza para defenderse. Los psiquiatras, por ejemplo, curan la dolencia; nosotros damos alegría.
-Según esto, ¿quién acude a la consulta de un naturópata?
-Hay personas que buscan milagros y ante ellas es preciso ser absolutamente sinceros. Otras vienen desencantadas de ciertos tratamientos, y las hay que nos buscan sin más porque les gusta la terapia natural.
-¿Se obtienen buenos resultados?
-Todo paciente al que le han dado un procedimiento médico debe respetarlo; nosotros cooperamos con él y potenciamos las reacciones de su cuerpo. La naturopatía trata de estimular la fuerza curativa del organismo. Y es más educativa que terapéutica.
-¿Qué le ha traído a Gijón?
-Tengo mi consulta en Madrid, y doy clases en Madrid, pero estoy enamorado de Asturias. La pasión nació a través de las vacaciones. Como todos los madrileños, visité los Picos de Europa, las playas de Llanes… Aparte, hace catorce años, una persona que vivía en Madrid puso una academia de terapias naturales en Gijón y me contrató eventualmente para dirigir ciertos programas. Y la ciudad me sedujo: me fui ligando a ella, y al menos una vez al mes venía a dar clases. Hice amigos, algunas amigas… Puse aquí un despacho, y mi intención es ir ligándome cada vez más a Gijón.
-¿Quizá de modo definitivo?
-Hubo un tiempo en el que pensé que sí, pero ahora dudo. Siempre, pese a ser madrileño, he rechazado la forma de vida, los espacios a que te obliga Madrid. Pero últimamente me he reencontrado con mis padres; es un sentimiento que nace desde lo más profundo de mi afectividad. Cuando eres joven, creas barreras, rechazas intromisiones y sientes recelos; pero la edad te va devolviendo confianza y descubres lo que es el amor paternal.
-Económicamente, ¿cómo responden sus especialidades?
-Con normalidad, ésta es una profesión liberal como otra cualquiera. Yo llevo muchos años y me siento un privilegiado porque he podido vivir de este trabajo. De las clases que imparto las que más me gustan son las filosóficas. La filosofía interviene definitivamente en la naturopatía; desde ese concepto vemos la enfermedad y al enfermo. Nuestros maestros son Sócrates, Freud, Engels…
-Dígame cuatro normas principales de naturopatía.
-La primera es vivir equilibradamente. Seguir una dieta sana, hacer ejercicio con regularidad y mantener los ritmos biológicos; las horas de sueño, el orden vital… Es importante huir del estrés y aprender a relajarse en el trabajo. En realidad, todo esto se traduce en dignidad, en ética respecto a tu propia conducta y a los vínculos sociales. sergio nieto matamala Naturópata