de la salud humana y tiene la siguiente historia:
Corría el año 1899 cuando entré a la Escuela de Medicina de la Universidad de
Chile, dirigida entonces por el doctor Polhamer. entre otros, recuerdo a mis
maestros David Benavente, de anatomía; doctor Adeodato García Valenzuela, de
química y doctor Enrique, de física. Y de mis compañeros, después eminentes
médicos, doctores Vargas, Salcedo, Díaz Lira, Guiglioto, etc.
estudios médicos, los que no reanudé después cuando me di cuenta del fracaso de
la medicina para restablecer la salud.
Durante largos años fui tratado por profesores y especialistas de Santiago, con
cuyos dispendiosos servicios sólo obtuve agravar mis dolencias que fueron
complicándose cada año.
Ante tanto fracaso de la llamada ciencia médica, me di por vencido en mi empeño
de librarme de mis males, que me hacían intolerable la vida y me resigné a
morir a corto plazo.
Huyendo de mi mismo, llegué un verano a un pueblo del sur de Chile y la víspera
de mi regreso a la capital, un monje capuchino tropezó conmigo a la salida del
hotel que habitaba y, mirándome fijamente me interrogó: “¿Has venido a
verme?” _no padre, contesté. _ “Anda a mi consulta, porque estás muy
enfermo”, agregó él. Era el Padre Tadeo que, sin buscarlo, la Divina
Providencia ponía en mi camino para salvarme la vida.
Abatiendo el orgullo profesional que a los alumnos se inculca en la Escuela de
Medicina, me presenté a la consulta del Padre Tadeo, quien observando mi
garganta me dijo: “Da gracias a Dios de estar aquí, porque estás tan
enfermo que, si no sigues mi tratamiento, te vas a morir muy luego”. A
pesar de comprender la gran verdad de este juicio y, sintiendo que cada noche
era la última de mi vida, le manifesté que tenía en mi poder certificados de
exámenes de mis profesores que establecían la ausencia de microbios de la
infección sifilítica en mi cuerpo y que ahora era sólo víctima de neurastenia.
“Te equivocas tú y se equivocan los médicos, la enfermedad la tienes en la
sangre”. me replicó el Padre.
Recibí la “receta” que prescribía paseo a pie desnudo por el rocío
del pasto al salir el sol, frotaciones y chorros de agua fría a distintas
horas; envolturas de todo el cuerpo, alternando con vapores de cajón,
excursiones con ascensión de cerros, etc.
Aun cuando me parecía difícil que con estas originales prácticas pudiera
recuperar mi perdida salud, me sometí a ellas con puntualidad y constancia.
Antes de quince días de este tratamiento, para mí se abrió un horizonte de
felicidad y bienestar desconocido, pero, al mismo tiempo apareció abundante
flujo uretral que los médicos me habían “curado” años anteriores,
sofocando su expulsión del cuerpo y obligando a éste a retener esas materias
corrompidas que me causaron inflamación prostática, estrechez de la uretra y
hasta retención de orina. También se me hincharon los ganglios de las ingles,
axilas y cuello, apareciendo además erupciones y llagas en todo mi cuerpo.
Con estas novedades volví a la consulta y le dije: “Me estoy pudriendo,
Padre, vea lo que me pasa”…”Estas salvado, ahora vas a expulsar la
enfermedad que los médicos te echaron en la sangre”, fue su respuesta.
Más de un año estuvo mi cuerpo eliminando pus por la uretra, llagas y postemas,
sin notar ninguna complicación y sintiendo cada día la felicidad de vivir nunca
antes conocida la que Dios gracias conservo hasta la fecha que tengo 77 años de
edad.
Ante la elocuencia de estos hechos, me di cuenta que las drogas eran incapaces
de devolver la salud perdida y que ésta sólo podía mantenerse y recuperarse,
mediante la acción de los agentes vitales que ofrece la Naturaleza en el aire,
la luz, el sol, el agua fría, la tierra, frutas y vegetales crudos. Tomé
entonces la resolución de dedicar mi vida entera al estudio, práctica y
difusión de la verdad en cuanto a salud se refiere, la que providencialmente
había llegado a conocer al margen de la medicina facultativa.
Durante nueve años seguí a su lado las sabias enseñanzas y prácticas del Padre
Tadeo de Wisent. Habiendo abandonado Chile este sabio capuchino alemán, para ir
a curar a los leprosos de Colombia, me dediqué a estudiar las obras de sus
maestros, especialmente del célebre cura de Woerishoffen, monseñor Sebastián
Kneipp.
Cómo concebí la doctrina térmica
La salvadora experiencia del sistema Kneipp me llevó al estudio de los otros
grandes maestros, Priessnitz, Bidaurrazaga, etc. Sin embargo, no encontré en
estos geniales intuitivos la doctrina filosófica que explicara la recuperación
de mi salud y aunara los puntos de vista por ellos expuestos.
En este empeño de muchos años conocí felizmente la Iriología. El estudio de
numerosas obras sobre este tema me llevó a la conclusión de que nada
aprovechable había en el examen del iris de los ojos haciéndolo con criterio
anatómico o patológico.
En cambio, la idea de que como fruto de mis observaciones y experiencias se
despertó y arraigó progresivamente en mí, me llevó a formular mi doctrina
térmica como base de normalidad en el funcionamiento del cuerpo humano. Esta
idea fue cada día comprobándose con el examen del iris de los ojos de miles de
enfermos y sanos que en el transcurso de más de 40 años he podido observar.
Nació así mi Doctrina Térmica, que viene a ser la piedra angular que fundamenta
en forma evidente los diversos sistemas de los geniales intuitivos que han dado
vida al Naturismo Universal y explica sus éxitos.
Como lo expongo en mi libro “El iris de tus ojos revela tu salud”, mi
Doctrina Térmica, por primera vez en la historia, saca el problema de la salud
del trillado campo de la patología y terapéutica en que hasta la fecha se ha
debatido en el mundo y lo coloca en el terreno de la temperatura. Este nuevo
concepto que conquistará el campo de la salud, viene a dar fisonomía propia al
Naturismo, sacándolo del actual confusionismo y anarquía.
A la luz de mi doctrina, el público sabrá a qué atenerse, porque quedan bien
deslindados los campos de la alopatía, con sus teorías convencionales, y el
Naturismo, con su Doctrina Térmica, perfectamente bien comprobada por el iris
de los ojos humanos y sólidamente fundamentada y demostrada por las leyes de la
Naturaleza.
La vida civilizada lleva al hombre al desequilibrio de las temperaturas de su
cuerpo, afiebrando diariamente sus entrañas con la cocina y debilitando el
calor de su piel con ropas y abrigos inadecuados. De aquí el origen de todo
desarreglo funcional que se inicia con resfriados e indigestiones.
Con razón Kuhne afirmó que “no existe enfermo sin fiebre interna”, y
afeminada e inactiva. Esta es la razón por qué los sistemas naturistas en uso
se dirigen a conservar o restablecer la salud, unos fortificando la piel con
aplicaciones frías y otros refrescando las entrañas del sujeto con baños
derivativos del bajo vientre, aplicaciones de barro y dieta refrescante de
frutas o ensaladas crudas.
Según esto, los distintos sistemas naturistas de hidrópatas, fisiatras,
trofólogos, nudistas, dietistas, vegetarianos, etc. Obtienen sus éxitos
actuando sobre las temperaturas del cuerpo, pero en forma rutinaria que conduce
al curanderismo. En cambio, mi Doctrina Térmica permite establecer, por el
examen del iris, la necesidad que existe en todo enfermo de afiebrar su piel y
refrescar sus entrañas. Esta doble finalidad es siempre preciso realizarlo para
obtener la normalidad funcional del organismo, vale decir su salud integral.
Es, pues, siempre y en todo caso un solo objeto el que debe obtenerse y sólo
varía la intensidad de las aplicaciones adecuadas a cada caso, de acuerdo con
las necesidades que se descubren en el iris y con las condiciones personales
del sujeto.
Mi Doctrina Térmica viene a completar los aforismos ya conocidos como
fundamentales en la ciencia de la salud. Así tenemos que “no hay
enfermedades, sino enfermos”, o sea individuos faltos de salud por
desequilibrio térmico del cuerpo en grado variable. Aquí está comprobada la
unidad de las enfermedades. Además, “la Naturaleza es la que cura”,
para que ello sea posible es menester colocar al cuerpo en Equilibrio Térmico.
Según el primero de estos conceptos, la patología es inútil convencionalismo y
según el segundo, se niega la necesidad y eficacia de la terapéutica.
Tenemos, pues, que el problema de la salud se ha convertido en una cuestión
térmica, debido a la vida civilizada que desequilibra las temperaturas del
cuerpo, alterando con ello la normalidad funcional del organismo, vale decir,
causando el estado de enfermo.
La ignorancia de mi Doctrina Térmica ha conducido al error de que muchos
autores naturistas hablan de infecciones, fagocitosis y acción microbiana. Sin
embargo, caen en la contradicción de condenar drogas, sueros, vacunas, etc. Que
tienen por objeto actuar sobre estos microbios.
Sin darse cuenta, toda terapia Naturista ha justificado mi Doctrina Térmica,
sin haber sido antes expuesta, ya que su arma principal es el agua fría en el
tratamiento de los enfermos. Lógicamente, este elemento es incapaz de matar
microbios, pero es indispensable para normalizar las temperaturas del cuerpo,
siempre víctima de fiebre o calentura.
Aceptada mi Doctrina Térmica, la higiene se reduce a mantener el cuerpo en
Equilibrio Térmico mediante el cumplimiento de la ley natural y todo
procedimiento curativo debe dirigirse a restablecer dicho equilibrio,
afiebrando la piel del enfermo y refrescando sus entrañas, de acuerdo con las
revelaciones del iris de los ojos que siempre acusa variable congestión
digestiva y deficiente calor de la piel del sujeto.
Debidamente probada en mis obras la verdad de mi Doctrina Térmica, como
solución del problema de la salud del hombre, sólo falta difundirla al máximo
para que llegue al conocimiento de las masas como bandera de redención
liberadora de la esclavitud moderna impuesta por la tiranía médica, cuyos
intereses prosperan a la sombra de la ignorancia en cuanto a Salud se refiere.
Así como toda la fuerza y organización de la medicina profesional se fundamenta
y ampara en la teoría microbiana, la fuerza y organización del Naturismo debe
fundamentarse en mi Doctrina Térmica. Sobre esta base, absolutamente inamovible
y científica, debemos emprender la conquista de la salud, presentando un frente
unido que permita vencer el error, ilustrando al público sobre la superioridad
de nuestros principios y procedimientos para alcanzar los beneficios de la
salud individual y colectiva.
Ahora, volviendo a mi caso personal, el desengaño experimentado en carne propia
me obligó a dar la espalda a la Medicina y me llevó al estudio de las leyes,
hasta obtener mi título de abogado el año 1904.
Pero el destino había determinado que mi profesión, sin ejercer ante los
tribunales de justicia, se dedicara a la defensa de los derechos a la salud y a
la vida de mis semejantes. Tal vez los condenados a muerte por la medicina
necesitan la intervención de un abogado para salvar su existencia.
Termino definiendo. Doctrina Térmica es la que enseña al hombre a mantener o
recuperar su salud mediante el equilibrio de las temperaturas interna y externa
de su cuerpo.
Esta doctrina es ciencia de la salud al margen de la medicina”.
Fragmento extraído del libro: La Medicina Natural al alcance de todos – Manuel
Lezaeta Acharán