Reflexiones en torno a la Naturopatía en la renovación de la ciencia contemporánea

“La ciencia es para el mundo moderno lo que el arte fue para el antiguo.” Benjamin Disraeli (1766-1848).  En el siglo VI antes de nuestra era, se formula la doctrina filosófica que habría de marcar toda la historia de occidentes: La doctrina del Ser. Esta doctrina que nace con Parménides y su Escuela de Elea, concibe el universo como una gran sustancia que existe desde siempre y acabado; por esta razón el conocimiento se reduce a la contemplación desinteresada, donde el saber se traduce en la capacidad de ver a través de las ideas. Es un conocer humano en el orden visual de las cosas que se consolida en el ejercicio especulativo (de especulum: espejo, reflejo) y de esta manera se creyó hasta el siglo XIX que el conocimiento humano no era más que un reflejo de la naturaleza, de la realidad.

El sujeto cognoscente se redujo a agente pasivo, olvidándose que el hombre influye sobre la realidad material y entra en conocimiento de las distintas partes que la componen a partir de una dimensión más elevada como lo es la actividad práctica (el trabajo) y la interacción (la comunicación). Así mismo, esta doctrina postula un universo uniforme e indivisible, acabado desde siempre, eterno y absoluto por cuanto se encuentra al margen del tiempo.

Para Parménides el devenir es resultado de una apariencia sensible, es engaño psicológico como pura impureza de lo cotidiano, siendo necesario adentrarse en una visión inteligible para poder apreciar el mundo verdadero y lo efectivamente real. Para él es imposible pensar lo impensable, puesto que el ser es y en cuanto es no es posible que no sea. Esto permite afirmar que el universo es algo no cambiante, que el hombre es un ser ya acabado y que todo lo existente es sustancialidad eterna. Por su parte, el tiempo y el espacio serán ilusiones fluyentes y la lógica de lo humano será concebida como aprehensión de la estructura del ser a través de una univocidad excluyente y el delineamiento predeterminado de la historia.

La ciencia clásica

La formulación de teorías científicas basadas en la experimentación y expresadas en lenguaje matemático se le debe a Galileo (padre de la ciencia moderna), cuyo desarrollo estuvo precedido por la evolución del pensamiento filosófico que estableció una escisión radical entre espíritu y materia. Esta formulación aparece en cabeza de René Descartes en el siglo XVII. Para este filósofo la naturaleza se compone de dos reinos independientes: la mente (res cogitans) y la materia (res extensa). Esta concepción permitió tratar a la naturaleza como un mundo de objetos muertos que, ensamblados todos ellos formaban una enorme máquina regida por las leyes de Dios, las que obviamente eran atemporales.

La concepción cartesiana del universo como una inmensa máquina dentada, a semejanza de un gigantesco mecanismo de reloj, le lleva a una interpretación mecánico-unitaria del mundo como de los seres vivos, estos no son más que autómatas (“animales -máquinas”) que son susceptibles de fabricar por su condición de sustancias extensas. Por su parte, para salvar al hombre de esta condición degradante es que formula su dualismo sustancial, asignándole no sólo un cuerpo extenso sino también una sustancia espiritual pensante inextensa.

La filosofía de Descartes fue especialmente importante en el desarrollo de la física clásica y además condicionó el modo de pensar occidental a partir de su conocida máxima “Cogito ergo sum” (pienso luego existo), frase que exaltaba el desarrollo cognoscitivo por encima de cualquier otra posibilidad de conocimiento, que desde entonces plantea una división entre los individuos como egos aislados, y de igual forma al interior de cada uno de ellos. Cada individuo se toma en consideración de acuerdo a sus inclinaciones económicas, políticas, religiosas y sociales cuya polarización sólo ha generado conflicto y violencia: frustración social, contaminación y exterminio del medio ambiente.

Se nos ha hecho creer que el mundo y la naturaleza en sí mismos se encuentran fragmentados, que existen para ser sobreutilizados y explotados cuya finalidad última del hombre es su dominación y sometimiento. Esta visión mecanicista es la que va a mantener Newton, sobre ella construye su mecánica universal, pilar del determinismo científico y por tanto de la física clásica, que se desarrolla paralelamente al auge de la manufactura y la industrialización.

Paradójicamente, esta concepción permitió el avance de la ciencia occidental, la misma que a partir del siglo XX se reencuentra con la unidad y la totalidad de los fenómenos naturales, iniciando su proceso de superación de la polarización de las formas del pensar en el marco de la interdisciplinariedad como consecuencia del reconocimiento de la complejidad de la realidad circundante.

La nueva ciencia

Con el surgimiento de la Teoría de la Relatividad y, particularmente con el de la Física Cuántica, los dos pilares de la física contemporánea, se cuestionan las condiciones de posibilidad de la física clásica o newtoniana al margen de toda posible refundación.

Hoy nos encontramos frente a fenómenos asombrosos como el cambio permanente, la evolución, la expansión del universo, la explosión de estrellas, el nacimiento y muerte de galaxias como la transformación de partículas elementales, todo ello lejos de un orden cósmico inmutable e idealizado.

Esto entra a reafirmarse con los descubrimientos físicos de comienzos de siglo, donde se da la formulación del principio de indeterminación o incertidumbre de Heisenberg, que postula la imposibilidad de saber simultáneamente dónde se halla una partícula y a que velocidad se mueve, lo que manifiesta el carácter discontinuo de la naturaleza a escala atómica. Este principio deja abierta la puerta de la espontaneidad y el azar en el contexto de lo científico por cuanto que en el mundo de lo cotidiano nunca pudo estar bajo llave; pues la naturaleza sensible y cambiante del hombre siempre puso de manifiesto la creatividad artística y cultural de la sociedad como simple desobediencia a la rigidez de la razón.

Por esto mismo surge el cálculo de probabilidades y, el azar cobra un importante puesto dentro de la ciencia como constelación que da margen al nacimiento del universo, la diversidad y particularidad del mundo. Este principio junto con el principio de complementariedad de Bohr, como extensión de aquel, recoge las distintas expresiones de la vida, las integra, porque la naturaleza puede dar distintas versiones de un mismo fenómeno según la forma como se plantee la cuestión, o mejor, según las condiciones específicas en que se estudia un fenómeno. “Ahora somos incapaces -en mecánica cuántica- de predecir lo que sucederá en física en una circunstancia física dada, que ha sido dispuesta lo más cuidadosamente posible” (Feynman, R.). Esto por cuanto hoy, el universo se nos revela como regido por una gran ley de complementariedad pues, éste es tan continuo como discontinuo en su forma fundamental de existencia que no es otra que el movimiento.

La física cuántica ha dejado sin piso las antiguas pretensiones del determinismo científico ante la imposibilidad de especificar completa y exactamente todas las condiciones iniciales del experimento. Esto es sencillamente ideal y atestigua el carácter relativo del conocimiento.

Por su parte, el determinismo en general (religioso, metafísico y científico) no debe confundirse con el principio de causalidad, “tenemos que precavernos contra el error que cometen tantos filósofos, que creen que es válido argumentar a favor del determinismo señalando que cada suceso tiene una causa” (Popper, K.). Existe relación entre determinismo y causalidad en tanto que formulación de consecuencias necesarias. Todo efecto tiene una causa y toda causa produce un efecto; lo cual es válido solamente para un sistema muy bien delimitado, de tal modo que la pregunta por el porqué de las cosas es independiente del principio de causalidad, porque se trata de un interrogante fúndante de la filosofía y de la ciencia en general, que busca asignar una razón a todo y una explicación del mundo. La ley de causalidad universal no es más que una ley de sucesión de acontecimientos que no implica obligación de ninguna índole (Russell, B.).

Bibliografía

  • Bunge, Mario; Controversias en Física. Editorial Técnos, Madrid, 1983
  • Einstein, Albert; Sobre la teoría de la Relatividad. Editorial Sarpe, Madrid, 1983
  • Feynman, Richard; Feynman. Vol. I, II, edición bilingüe, Fondo Educativo Interamericano, Panamá, 1972
  • Haack, Susan; Filosofía de las Lógicas. Ediciones Cátedra, Madrid, 1982
  • Hawking, Stephen: Historia del Tiempo.
  • Morin, Edgar; Introducción al Pensamiento Complejo. Editorial Gedisa, Barcelona, 1996
  • Russell, Bertrand; Fundamentos de la Filosofía, Editorial Plaza & Janés, Barcelona, 1996
  • Prigogine, I; Stengers, I; La Nueva Alianza: Metamorfosis de la Ciencia, Alianza Editorial, Madrid, 1983
  • Popper, Karl; El Universo Abierto: Un Argumento en favor del Indeterminismo. Editorial Técnos, Madrid, 1984
  • Kapra, Fritjof; El Tao de la Física, Editorial Sirio, Málaga, 1995
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